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IGLESIA
ARCANGEL SAN MIGUEL
(San Miguel Arcángel o La Compañía)
COMPAÑIA DE JESUS
SANTIAGO

Desaparecida luego del incendio del 8 de diciembre de 1863


(DIBUJO DE: Walter Foral Liebsch)



EL INCENDIO DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS (1863)

ANTECEDENTES, DESARROLLO Y CONSECUENCIAS DE LA PEOR TRAGEDIA DE NUESTRA HISTORIA

En diciembre de 1863, tuvo lugar el más trágico acontecimiento de toda la historia de Santiago de Chile y una de las peores tragedias conocidas en el mundo, con un siniestro que se llevó la vida de miles de personas a escasa distancia de la Plaza de Armas, en la Iglesia de la Compañía de Jesús, que se erguía ufana en los terrenos de calle Compañía con Bandera, donde hoy se encuentran los jardines del ex Congreso Nacional, frente a los Tribunales de Justicia.

En sólo unos minutos, la vida se extinguió para las muchedumbres que se encontraban en su interior aquella fatídica noche de primavera, cuando el templo, la Casa de Dios, se convirtió de pronto en una embajada del infierno, en uno de los incendios más grandes y dramáticos que se recuerdan.

El acontecimiento causó conmoción más allá de las fronteras de Chile, pero sirvió, no obstante, para que la ciudad de Santiago creciera con la conciencia de sus propias necesidades y carencias.

En la proximidad de un nuevo aniversario de este macabro suceso de nuestra historia, hace 146 años ya, nos permitiremos repasar sus detalles, antecedentes y consecuencias, además de estudiar cómo afectó la vida en la ciudad desde ese momento en adelante.

EDIFICIOS PRIMITIVOS DE LA ORDEN DE JESÚS

El establecimiento religioso donde tuvo lugar el incendio, tenía una historia casi tan antigua como la de Santiago mismo, algo frecuente entre los templos de las primeras órdenes aquí establecidas.

Sin embargo, la primera ubicación de la iglesia no era exactamente la misma que en 1863, sino a un costado, en el llamado Colegio que se fundó 52 años después de la fundación de Santiago, en 1593, luego de la adquisición de dos valiosos solares que habían pertenecido al conquistador Gabriel de la Cruz y luego a Rodrigo de Quiroga.

Su construcción, con adobe y teja, comenzó no bien llegaron los primeros jesuitas a la ciudad, quedando concluido en unas seis semanas. Cuando se terminó la capilla, los religiosos guardaron en ella una reliquia como ofrenda: la cabeza de una de las once mil vírgenes de Santa Úrsula de Colonia, asesinadas por los bárbaros en el siglo V, según la mitología cristiana.

En tanto adquirían otras casas cercanas a la Plaza de Armas para instalar la futura iglesia permanente, el templo provisorio del claustro se hizo pequeño para la cantidad de fieles que tenía la Compañía de Jesús, orden que gozaba de gran popularidad en las sociedades americanas por sus actuaciones rayanas en la política y por el poder que habían ido acumulando.

Así, dos años después, comenzaron a construir su nuevo templo, esta vez de cal y canto, en el sector de la esquina de las actuales calles Bandera y Compañía, apoyados económicamente por los capitanes Agustín Briceño y Andrés de Torquemada, que aportaron sus caudales para el proyecto por escritura pública del 12 de octubre de 1595. Con ello, los jesuitas ya eran dueños de toda la cuadra que hoy comprende las dependencias del ex Congreso Nacional de Santiago y sus jardines.

Aunque su nombre era Iglesia de San Miguel Arcángel, popularmente se le conoció desde siempre como de la Compañía, denominación que se mantuvo para éste y para los demás recintos religiosos allí levantados.

La construcción del templo se extendió por 36 años, culminando recién en 1631. En su "Relación Histórica Reino de Chile", de 1646, el padre Alonso de Ovalle reproduce una imagen mostrando la complejidad de este primitivo edificio, aunque con la ingenuidad de su poco talento artístico. Además, comenta que los vecinos participaron afanosamente de la construcción de la iglesia, entusiasmados casi con celo entre sí por demostrar quién era capaz de ofrecer mayor asistencia a la querida orden de la Compañía de Jesús, dándonos una proporción de la gran simpatía popular que tenía.





Primer templo de la Compañía de Jesús en Santiago, 
según el padre Alonso de Ovalle en su "Relación Histórica Reino de Chile" (1646).


PRIMERAS RECONSTRUCCIONES

Pero el infortunio comenzó a azotar desde temprano a esta construcción: el 13 de mayo de 1647, día de uno de los terremotos más devastadores de nuestra historia, la iglesia quedará derrumbada hasta sus cimientos. Alcanzó a estar operativa y consagrada sólo 16 años.

En la carta que el Obispo Villarroel le escribe al Rey informándole de lo sucedido, cuenta que quedó "asolado todo" y que en el derrumbe falleció el Padre José de Córdova. La tragedia fue grande, entonces, pero el pueblo volvió a volcar su solidaridad y aprecio con los jesuitas, disponiéndose de inmediato para participar del levantamiento de una nueva casa.

El siguiente templo, también de cal y canto, quedó levantado luego de enormes esfuerzos que se prolongaron durante toda la segunda mitad del siglo XVII, según los cálculos de Benjamín Vicuña Mackenna. A diferencia de los anteriores, éste era más ostentoso: torre de campanario principal, bóvedas sepulcrales y un enorme reloj confeccionado acá en Chile. Llegó a ser, quizás, la más majestuosa de las iglesias chilenas de aquellos días.

Pero el ángel malvado de la desgracia continuó acosándola, como escribe Vicuña Mackenna:

"La fatalidad parece haber sido el símbolo funesto que ha presidido a la erección de aquellas bóvedas que antes cubrían un sótano de muertos, que cobijaron después las cenizas de tantas personas ilustres o queridas trasladadas a su pavimento del cementerio general y que hoy parecen haber sepultado en mil fragmentos el alma entera de los chilenos".

El 8 de julio de 1730, vino a tener lugar un nuevo terremoto, seguido de una serie de nuevos sismos que duraron casi dos meses más. Como varias otras iglesias de Santiago, incluidas la Catedral de la Merced y la Parroquia de San Isidro Labrador, el templo de la Compañía de Jesús acabó nuevamente derrumbado. Una de las pocas unidades que pudieron rescatarse de la destrucción, fue el magnífico reloj, que hoy se encuentra en la Iglesia de Santa Ana, pero que también estaba presente en la Iglesia de Compañía al momento del incendio del que hablaremos, de modo que la pieza ya ha sobrevivido a dos catástrofes.

El Obispado de Santiago levantó un informe que publicará, muchos años más tarde, el sabio francés Claudio Gay. De él se desprende que la iglesia no se vino completamente al suelo, pero la destrucción de sus muros y de sus arcos fue tal, que quedó inutilizada.





Cuadro de Charton de Ville de la Plaza de Armas de Santiago en 1850, 
con la torre de la Iglesia de la Compañía al fondo.



Fachada y entrada principal de la última Iglesia de la Compañía de Jesús, 
en imagen publicada por E. Secchi en "Arquitectura de Santiago", de 1941.



UNA NUEVA IGLESIA

Por alguna razón que, ciertamente, no es de orden monetario dada la riqueza que habían acumulado los jesuitas, éstos decidieron reutilizar las estructuras que quedaron en pie para volver a edificar una nueva y más grande iglesia. Esta decisión sería, a la larga, un acto que agravó la desgracia del incendio que selló para siempre su destino.

Los destruidos arcos de las naves centrales fueron reforzados con rústicos y poco estéticos muros, abriéndose un arco más para pasar hacia la sección interior convertida en una serie de naves menores y oscuras, de tosca simetría y con gran dificultad para asimilar las numerosas visitas de los fieles.

René León Echaíz considera que su aspecto no varió mucho respecto del anterior, sin embargo, aunque puede deferirse más bien al aspecto exterior. En la fachada, habían tres accesos, precedidos por la pequeña placilla de la Compañía, iluminada por un faro. El paso central conducía hacia las naves, pero los de los lados, si bien estaban conectados con el principal, funcionalmente tenían una aislación con respecto al conjunto por el hecho de que sólo se conservaron las bóvedas de las dos capillas de la entrada, de modo que el acceso se hacía incómodo y poco ágil, pasando por una habitación antes de la sala amplia donde se reunían los fieles. La puerta de la derecha conducía hacia la capilla del buzón de la Virgen y la llamada Capilla de los Dolores. La del lado izquierdo, daba entrada hacia la Capilla del Arca de las Hijas de María.

En la fachada fueron grabados los números romanos MDCCLX (1760), señalando la fecha de reconstrucción y reinauguración de este deslucido templo que, a juicio de Vicuña Mackenna, sólo era "una ruina disfrazada". A pesar de ello, la gente lo elogiaba, considerándolo bello y elegante, más por simpatía con los jesuitas que por conocimientos en la arquitectura.

Sin embargo, el 26 de agosto de 1767, se hizo efectiva la expulsión de los jesuitas decretada por Carlos III. Cuatrocientos de estos religiosos fueron obligados a abandonar el país, y sus bienes fueron confiscados, incluida la iglesia.

Como la expulsión de la orden había dolido profundamente en el ánimo del pueblo, el edificio se convirtió en un sitio gris y triste, símbolo de una gran ausencia, donde no se oficiaron misas ni encuentros de ningún tipo hasta 1769, cuando fue rehabilitada producto de un incendio en la Catedral Metropolitana que se construía por entonces sobre la anterior junto a la Plaza de Armas y a escasa distancia del templo de la Compañía, por lo que comenzó a ser utilizada como Catedral para la ciudad, hasta 1775.

Hacia el cambio de siglo, se asignó como Capellán al clérigo Manuel Vicuña, quien pudo recuperar la popularidad y el cariño popular por el templo, tan eficazmente que la Santa Sede lo reconoció con el símbolo del Báculo de Roma, por el mérito de sus servicios.


Imagen de la Iglesia de la Compañía desde su costado izquierdo, vista desde calle Compañía hacia el oriente.
El muro blanco corresponde al antiguo convento, donde sesionó el Congreso Nacional
y donde se construiría después el actual edificio del ex Congreso.






Plano de la Iglesia de la Compañía de Jesús, clic encima para ampliar (Museo Histórico).


EL PRIMER INCENDIO, EN 1841

La desgracia inexorable volvió a tocar al templo, sin embargo.

El 31 de mayo de 1841, hacia las diez de la noche, se produjo un voraz incendio que consumió la torre principal de madera y derrumbó parte de las estructuras. Según Recaredo Santos Tornero en su "Chile Ilustrado", el fuego "la redujo a escombros, quedando en pie sus sólidas murallas" y dejando la iglesia inutilizada, nuevamente. Según un reporte del diario "El Mercurio" del 3 de junio siguiente, el fuego habría comenzado en una habitación contigua a la capilla.

Nuevamente, sería el pueblo el que se pondría de pie para ayudar a recuperar el templo, acumulando grandes cantidades de dinero a través de colectas públicas. Por cuarta vez, comenzaba a ser reconstruida gracias a la ingerente suma que los clérigos lograron reunir desde la generosidad popular.

Al año siguiente a este desastre, se nombró Capellán de la Iglesia de la Compañía al Obispo Valdivieso, quien se hizo cargo de las labores de reconstrucción hasta asumir la dirección de la Facultad de Teología, un año más tarde.

Los jesuitas sólo pudieron recibirla de vuelta luego de su regreso a Chile, en 1844, cuando aún no era repuesta para el uso. Seguía perteneciendo al Estado, no obstante. Este hecho ha producido algunas confusiones, no faltando quien cree que la segunda destrucción del templo se debió a un incendio y no al terremoto de 1730, que hemos visto. En realidad, este incendio de 1841 fue sólo su penúltima destrucción.

La reparación de la Iglesia de la Compañía culminó en 1847. Su aspecto no varió demasiado: tres accesos de fachada tipo románica, con techumbre redondeada y torre campanario principal con el reloj, además de una torre menor y una gran torre cupular en su parte trasera. Se hizo la favorita de la aristocracia capitalina, casi apenas fue reinaugurada.

En 1858, el ingeniero Eduardo Hanson propuso al Presbítero Ugarte, a cargo de la iglesia, la instalación de redes de abastecimiento de gas de hidrógeno para la iluminación interior. El sacerdote sólo hizo colocar el sistema en algunos sitios específicos del recinto, optando por una iluminación por sistemas menos modernos, como velas y candelas de gas y de aceite. Ésta sería, en el futuro, una decisión que todo un país tendría que lamentar.


Fotografía de la Plaza de Armas de Santiago en 1861, dos años antes del incendio.
Es la parte de la cuadra que corresponde a Huérfanos con Compañía.
Detrás de la Catedral, por el costado izquierdo,
pueden verse las altas torres de la Iglesia de la Compañía y sus enormes techumbres.




Otra fotografía de la Plaza de Armas, centrada hacia la esquina en Ahumada con Compañía, hacia 1855.
Se observa la torre-aguja de la Iglesia siniestrada poco después de tomada la imagen.



EL TRÁGICO INCENDIO DE 1863

El martes 8 de diciembre de 1863, hacia las 19:00 horas, se preparaba la realización de un encuentro que había reunido entre 2.000 y 3.000 personas en la Iglesia de la Compañía. Era el día de la Purísima, último del Mes de María, por lo que era la ceremonia religiosa de mayor concurrencia.

Hasta la mañana de ese día, unas 12.500 personas habían comulgado en el lugar. Según los reporteros del diario "El Mercurio", desde una hora antes la iglesia estaba colmada de gente hasta su plazoleta, todos presionando para intentar ingresar al templo, donde ya no cabía un alma.

En una imprudencia que ha dejado trágico legado en nuestra historia, se habían encendido más de 7 mil luces en el recinto. Otros han hablado de 15 mil de las mismas. Aparentemente, la ruptura de un quemador de gas líquido de estas candelas, a la izquierda del altar mayor, provocó tragedia. Había más de 2 mil luces sólo en este altar.

La ceremonia se iba a iniciar, cuando, minutos antes de las siete, comenzó el fuego en una medialuna transparente de lienzo y madera, que servía de pedestal para la efigie de la Virgen María en el referido altar. Un hombre presente se arrojó a apagar el foco de incendio, pero no bien lo consiguió, el gas se inflamó por otro costado del conjunto.

Ante el estupor y el pánico de los presentes, el fuego alcanzó con velocidad inusitada a todo altar, produciendo la estampida de los fieles. Unos pedían agua con desesperación creyendo aún posible la extinción de las llamas, pero éstas se apoderaron de un retablo de madera y lienzo al fondo de la iglesia.

Con velocidad diabólica, el fuego alcanzó la cúpula, en menos de cinco minutos. Las bocanadas de fuego salían de ella, como intentando alcanzar el cielo.

La iglesia estaba ya casi totalmente en llamas, y con cientos de vidas condenadas a morir en su interior, la mayoría de ellas mujeres. Las tablas y vigas en llamas comenzaron a caerles encima mientras seguían intentando salir, en su desesperación, por las puertas que ya no permitían el tránsito. El fuego, ya más alto que ellos, alcanzó el presbiterio y las puertas, sellando para siempre el destino de las víctimas rodeadas por la muerte. En media hora, las llamas, el calor, el humo y la sofocación hicieron un festín de los presentes, como una fiesta de demonios. La relación del diario "El Ferrocarril" del día siguiente, clamaba horrorizada:

"¡Oh; aquello no es posible que haya tenido precedente! Centenares de personas ardían como trozos de madera comprimidos en una fuerza irresistible".

"Veíamos desde la puerta moverse los brazos pidiendo auxilio; los gritos de las víctimas resonaban a dos cuadras de distancia. Madres que abrazaban a sus hijas, y escondían entre la multitud su cabellera en fuego. Hijas que miraban a sus madres salvadas, inclinando su cabeza con la resignación del mártir. Las infelices no tenían siquiera la facultad de moverse, desligaban sus manos para despedazarse el rostro en medio de la más espantosa desesperación. Si se hubiera hundido la iglesia en esos momentos, cuántos sufrimientos espantosos se habrían evitado".

El combustible de las miles de lámparas, conocido como gas portátil (parafina, gas de carbón), comenzó a reventar y a derramarse por el calor, ardiendo sobre los propios fieles. La escena de personas corriendo en llamas fue un horror que se repitió en todos los diarios del día siguiente. Algunas mujeres, como testimoniara en su caso la sobreviviente Gertrudis Sierra, debieron vencer los pudores y desprenderse de todas sus ropas inflamadas para poder salvarse.




Diorama del Incendio de la Iglesia de la Compañía de Jesús,
en la exposición "Bomberos de Chile: la llama del honor",
de la Sala Patrimonial de la Estación del Metro Plaza de Armas.


INTENTOS POR SALVAR A LAS VÍCTIMAS

Uno de los principales problemas para rescatar a los infortunados, fue la conglomeración sin orden de las víctimas producto de la confusión y el pánico. Cada vez que un brazo generoso se extendía sobre alguna de las mujeres atrapadas en las puertas, una veintena más de manos desesperadas intentaban aferrarse a esa esperanza de salvación, haciendo toda una proeza la posibilidad del rescate uno a uno de los cuerpos atrapados.

El diario "La Patria" cuenta que un campesino allí presente, en un creativo arranque de improvisación e ingenio, corrió a su caballo y arrojó hacia el interior del infierno un lazo amarrado a la montura, comenzando a tirar con su animal hacia el exterior a todos los que alcanzaron a aferrarse a la cuerda. Algunos de los atrapados encontraron la salvación gracias a esta inteligente acción, pero el lazo se cortó en el tercer o cuarto intento.

Vicuña Mackenna refiere también a un personaje, probablemente un artesano, que salvó gallardamente a otras cuatro o cinco mujeres luego de lograr destruir un cuadro de la puerta derecha del frontis, rescatando a las víctimas del montón compacto y moribundo en que se encontraban. Entre las salvadas por esta mano valerosa, estaba la señorita Juana Covarrubias. Por esta puerta fueron rescatadas también la señora Falcón de Garrido, tomada por un oficial y un civil de iniciales J. A. de T.; y la señorita Rafaela Correa y Valdivieso, arrancada de las llamas por un joven.

Otros que actuaron heroicamente arriesgando sus vidas, fueron el famoso empresario Enrique Meiggs y su colega Keith, quienes se hicieron presentes en el lugar con algunos ex empleados del Ferrocarril de Valparaíso al momento de los terribles sucesos, corriendo desde su lugar de reunión en la casa de Meiggs, en calle Duarte, hoy Lord Cochrane. "La Patria" refiere a que había varios otros extranjeros allí, y que actuaron con admirable determinación intentando socorrer a la gente atrapada. Estaban también el Ministro Thomas H. Nelson, representante de la Unión Americana, y el Secretario de su Legación, Charles S. Rand, junto al Cónsul de la Unión en Valparaíso, Mr. Silvey, quienes corrieron a ayudar en el rescate por tener su residencia en la proximidad del lugar. Este gesto tuvo particulares consecuencias en la estimación chilena sobre los norteamericanos, según veremos.

Por el lado de Bandera, algunos de los improvisados rescatistas lograron romper desde afuera una parte del muro, abriendo un forado que comunicó la calle con el Altar de San Francisco Javier, a un lado de la Capilla de los Dolores, rescatando otras pocas vidas, entre las que estaba un joven de 18 años llamado Hurtado y Barros, quien se había refugiado en el rincón ya sin esperanzas de sobrevivir.

Pero, pese a todos los esfuerzos de quienes seguían intentando pasar por esas puertas obstruidas, y pese también a la heroica ayuda de quienes intentaron, con escaso éxito, salvar a los que allí quedaban, el fuego se apoderó totalmente del acceso principal, quemando vivos a los infelices fieles. Muchos salvadores murieron en el intento, además. Los árboles y arbustos de la plazuela de la iglesia fueron arrancados para intentar apagarle a golpes de ramas el fuego que ardía sobre el cuerpo o el pelo de los infelices. El calor era tal ya, sin embargo, que se quemaban en cada intento.

Hubo quienes intentaron sacar a sus familiares muertos, como una desgarradora escena documentada por los cronistas y en la que un muchacho de unos 16 años ingresó peligrosamente a la iglesia en medio del fuego para meter en un saco los restos quemados de su anciana madre, hacia las ocho de la noche. Pero los agentes prohibieron retirar los cuerpos desde el lugar.




Fuente: "Fotógrafos en Chile durante el Siglo XIX", Hernán Rodríguez Villegas.


FINAL DEL CATASTRÓFICO INCENDIO

Todo estaba perdido: las siluetas de los atrapados comenzaron a encorvarse, a caer o bajar la cabeza, ennegrecidas, distantes, entregadas ya a la muerte. El movimiento de gente empezó a cesar y la lucha por salir de la trampa de horror se hizo cada vez más débil. La gritería, se cayó. Estaban muriendo, ya consumidos en vida.

Todo conspiraba contra ellos allí dentro: las ropas, los lienzos, las miles de flores artificiales y tantos más materiales inflamables. La mayoría de las víctimas cayó asfixiada por los humos sofocantes, y las llamas sólo consumaron el trabajo criminal.

Eran las 20:00 horas de la noche. El frenesí por salvar la vida había cesado: las víctimas habían perdido su lucha, y la muerte se apoderó del templo. El fuego, llegaba ya a los campanarios de la alturas. Las estructuras, desplomándose sobre sí mismas, hacían sonar las campanas en un siniestro canto de muerte. Los fieles habían sido sacrificados, por lo que al fuego le correspondía terminar ahora con la iglesia, acatando la voluntad infernal.

Las llamas habían trepado, entonces, en sus alturas y techumbres. El templo ardía como castillo sitiado por una ira vesánica peor que la de Aníbal o Atila contra Roma.

Esto era el fin. Se había acabado todo... En quince minutos, el fuego destruyó la torre derecha, seguido del campanario. Las caras de los sobrevivientes, ennegrecidas por el humo y dispersas por el suelo, algunas de ellas de rodilla, resignadas, les daban más aspecto de estatuas perdidas en una escena trágica, cómo los calcinados de Pompeya, más que la de eufóricos rescatados celebrando su feliz reencuentro con la vida.

Sólo después de haber cobrado cuanto pudo a su paso, el fuego logró ser detenido. Las crónicas coinciden en que fue casi milagroso, pese a todo, que no hubiese alcanzado a las dependencias de "El Mercurio", de la Biblioteca Nacional, del Museo Nacional y de la Catedral de Santiago, todos edificios del entorno hasta donde saltaron innumerables cantidades de chispas y carbones encendidos.

Entre la mitad y dos tercios de la muchedumbre que se hallaba al interior de la iglesia, alcanzó a escapar. El resto, pereció atrapado al obstruirse las puertas por la saturación de las personas desesperada que, sin atender orden ni lógica, intentaban escapar del edificio.



Lámina histórica de la clásica revista infantil "El Peneca", de diciembre de 1909,
mostrando uno de los momentos más dramáticos del Incendio de la Compañía de Jesús.


ESTIMACIONES SOBRE EL NÚMERO DE MUERTOS

La iglesia quedó colmada de cadáveres carbonizados, de hombres, mujeres, niños y ancianos, muchos de los cuales fueron apilados como madera quemada junto al edificio del Congreso Nacional, a la vista de la horrorizada ciudadanía. El Presidente José Joaquín Pérez se presentó personalmente en el lugar, junto a otras autoridades.

Por unas dos semanas, se extendió la dura tarea de los agentes de policía de retirar, carretada tras carretada, los cuerpos contraídos en horribles posiciones y pintados con la oscuridad de la cripta. En las fotografías de época se observa que las autoridades colocaron unos paneles de madera intentando tapar la escalofriante escena y reducir lo impresionante de tan pavorosa postal de la iglesia destruida.

Todos tenían un amigo, un familiar, una criada, un vecino o un conocido muerto. Según el diario "La Patria" del día siguiente, "La tercera parte de las casas de la población mantiene sus puertas cerradas en señal de luto". Toda la sociedad estaba, entonces, consternada.

Los primeros cálculos eran de 500 a 800 muertos. Sin embargo, cuando comenzó a completarse el retiro de cuerpos, la cantidad aumentó a 1.500, 2.000 o más personas. El diario "El Bien Público" comentaba al respecto:

"Imposible es fijar ni aún aproximativamente el número de víctimas, quienes las calculan en 600 quienes en 800 y hasta hay quien las eleva hasta la cifra aterrante de 1.500. ¡Mil quinientas víctimas y caso todas respetables señoras y tiernas niñas y muertas tan horriblemente tiene a Santiago consternado y cubierto de luto!"

La edición del diario "La Patria" del día 9, por su parte, acusaba en su crónica:

"Ayer se creía que el número de víctimas no pasaba de quinientas; ¡hoy la claridad de la mañana ha manifestado toda la extensión del horrible estrago! Las bóvedas de la Compañía contienen en su recinto más de 800 cadáveres descubiertos, y todavía los escombros cubren gran número de esqueletos".

El mismo diario comenta que la mayoría de los cadáveres se apilaban "bajo la muralla espesa de los arcos", pues los infelices habían intentado refugiarse allí de los maderos, vigas y trozos ardientes del techo que caían sobre sus cabezas.

El diario "El Ferrocarril", del 10 de diciembre siguiente, comentaría sobre la cantidad de muertos que aparecían entre los escombros y residuos de la iglesia:

"La realidad ha traspasado con mucho el límite de lo presumible; hasta ayer tarde se habían extraído de la Compañía más de MIL CUATROCIENTOS cadáveres, que agregados a más de doscientos recogidos anteriormente, forman un total de MIL SEISCIENTAS víctimas. El número pasará de DOS MIL. ¡Desgracia horrenda que no creemos haya tenido precedente en país alguno del universo!"

Otra cantidad de fallecidos se produjo en los hospitales, pues sus heridas eran tales que no sobrevivieron, de modo que la cuenta puede ser mucho mayor que estas estimaciones finales. El diario "La Patria", por ejemplo, hacía notar lo siguiente:

"El mayor número de heridos ha muerto; los hospitales han permanecido ocupados tan sólo veinticuatro horas. Respecto de los enfermos asistidos por sus familias, se nos refiere a cada momento que alguien ha sucumbido al dolor".

Un ínfimo puñado de estos muertos, menos de diez, pudieron ser reconocidos por sus deudos y sepultados en tumbas familiares. Los demás fueron depositados en una fosa común que se habilitó frente al Cementerio General de Santiago, en la Avenida del Panteón, hoy llamada La Paz.

Mientras esto sucedía, las salas telegráficas de Valparaíso y otras ciudades al Sur se saturaron esperando noticias desde Santiago, cumpliendo una labor fundamental en la comunicación chilena. Pese a todos los esfuerzos, los telegramas se retrasaban cerca de 10 horas, excediendo las capacidades de la tecnología de la época. Esto también contribuyó a la falta de datos exactos sobre la cantidad final de muertos que acumuló la tragedia, aunque Vicuña Mackenna reproduce una larga nómina de víctimas en su trabajo "El incendio del templo de la Compañía de Jesús".



Ruinas del templo siniestrado y carretas retirando a los cadáveres,
según ilustración publicada en el "Fünfzehn Jahre in Süd-Amerika an den Ufern des Stillen Oceans von Paul Treutler",
publicado en Leipzig (1882).



Carretas retirando los cuerpos calcinados.
Fotografía publicada por C. Peña Otaegui en "Santiago de siglo en siglo" (1944).
Se observan los paneles o biombos que se colocaron sobre las puertas después del desastre,
para esconder en parte el horror de la escena.


REPROCHES Y ACUSACIONES

La primera reacción de la sociedad chilena, fue intentar explicarse lo sucedido. Si bien todo parece indicar que fue la inflamación del gas junto al altar y al presbiterio y no otra cosa lo que desencadenó la tragedia, la dificultad de la salida de los presentes constituyó la garantía de un desastre mayúsculo.

El diario "La Voz de Chile" comentaba al respecto:

"A nadie en particular podemos hacer responsable; pero si los templos, si las horas de función, si la concurrencia hubiesen estado, como debían estarlo, sometidos a racionales y necesarias prescripciones de policía, el incendio, que muchos temían, no habría tenido lugar; y ni no hubiese habido carencia total de recursos, de hombres diestros y de disposiciones para combatir las llamas y salvar a las personas, aún después de declarado el incendio, las desgracias que lamentamos no habrían sobrevenido: porque el atolondramiento y el pánico originados por el fuego, en los espectadores y principalmente en las infelices personas que estaban en el templo, no se habrían pronunciado y nuestra sociedad no habría tenido el indecible martirio de sentir y conocer que había medios para salvar a las dolientes víctimas..."

Se explicó, en un inicio, que una explosión en las líneas abastecedoras de gas de hidrógeno habría provocado el incendio, por lo que las miradas acusadoras se enfocaron sobre la este tipo de combustible. Esto obligó al ya mencionado Ingeniero de la empresa proveedora de hidrógeno, Eduardo Hanson, a hacer pública una carta donde explicaba que sus servicios abastecían sólo el lado del cuarto del Presbítero Ugarte y algunos sectores separados por gruesos muros del recinto donde se reunía el público, de modo que la explicación real del origen del fuego debía ser otra:

"...nace sin duda del hecho de haber comprado el señor Ugarte a la empresa del gas 1.200 globos pintados, que le sirvieron para formar lámparas y arañas provisionales a las que se dio luz no con gas hidrógeno, sino con velas o parafina".

"Abrigo la convicción de que si el señor Ugarte hubiese establecido el alumbrado de gas hidrógeno en la iglesia, conforme a los planos que le presenté en 1858, la horrible catástrofe del martes último, no sólo no se habría realizado, sino que hubiera sido de todo punto imposible el incendio de la iglesia".

También aparecieron algunos testimonios asegurando que, hasta pocos días antes del incendio, se habían producido peligrosas situaciones con relación a los fuegos de iluminación, que los fieles habían alcanzado a detectar y sofocar, de modo que era sólo cosa de tiempo para que se desatase la calamidad.

"El Ferrocarril", por su parte, dirigía su artillería contra el comportamiento de los sacerdotes allí presentes en la tragedia:

"Aunque estamos enteramente persuadidos de que los hábitos religiosos de profesión y el misticismo producen alguna frialdad para con las criaturas perecederas, no queremos dar oídos a semejantes relatos porque ello sería espantoso. No obstante es indudable que en la plazuela de la Compañía no estuvieron como debieron estarlo los numerosos presbíteros que hay en Santiago para salvar a esas pobres mujeres que se quemaban en la misma casa a que ellos contribuían tanto a llamarlas. Habríamos deseado ver a los sacerdotes en general dando muestras de esa caridad que es natural suponerles, y que ellos, no los legos, hubieran sido los primeros héroes de la triste jornada del 8. En esta parte hemos sufrido una completa decepción".

A pesar de ello, es digno consignar que en medio del incendio, el Presbítero Huberdault se acercó a las puertas en llamas y, viendo que todo estaba perdido para la mayoría de las mujeres atrapadas, dio allí la absolución a las víctimas, a riesgo de perder la vida entre los derrumbes y llamaradas que salían de la iglesia.

También se produjo una fuerte controversia epistolar entre el Prebendado Joaquín Larraín Gandarillas con el Ministro Domingo Santa María y especialmente con el Intendente Francisco Bascuñán Guerrero, luego de que se rumoreara sobre cartas sacadas del buzón de la Virgen del templo quemado y que estos habrían conocido. Producto de la odiosidad contra el clero y por obra de algunos oportunistas que vieron posibilidades de sacar partido a la calamidad, se decía que ellas demostraban que la iglesia era un foco de corrupción e inmoralidad adjudicándole tal opinión a Bascuñán Guerrero, por lo que Larraín Gandarillas hizo llegar una polémica carta a ambas autoridades, fechada el 16 de diciembre, exigiendo que, por respeto a los deudos, se revelara el contenido real de las cartas para apagar los focos de injuria.

Bascuñán Guerrero le envió de vuelta una extensa respuesta, el día 21, donde negaba muy molesto cualquier opinión semejante sobre las notas y arremetía con dureza contra la invocación al nombre de las víctimas para blindar a la iglesia de las supuestas injurias. Reconocía, no obstante, su "profunda indignación" sobre el contenido de ellas, pero sin revelarlo. El sacerdote envió a contramano una carta más, agradeciendo con gran reverencia la respuesta y dando por terminado el asunto.

A pesar de todas las acusaciones, el resultado del sumario ordenado no determinó responsables directos en la tragedia, al ser comunicado el 18 de julio del año siguiente. La investigación reafirmó la implicancia de las decoraciones y las luminarias de gas en la causa del siniestro e hizo notar "la imprudencia con que había aglomerado en el templo y especialmente en el altar mayor".

CUNDE LA IDEA DE UNA "MALDICIÓN" SOBRE LA IGLESIA

Fue inevitable, además, que cundiera el temor supersticioso y crédulo de las chusmas sobre los sucesos de la Iglesia de la Compañía, en vista del siniestro currículo de tragedias y desastres anteriores que ya traía el templo, porfiadamente mantenido y reconstruido todas las veces que la ira divina quiso echarlo por tierra. La propia voluntad de Dios había sido desafiada, recibiendo el castigo, ahora, cual Torre de Babel o Babilonia. El temor a una maldición, como veremos, fue fundamental para exigir el cierre de la iglesia.

En el mismo sentido, el hecho de que se realizaran los festejos de Inmaculada Concepción de la Virgen la noche del desastre y que la primera reliquia de la iglesia haya sido la cabeza de una de las "11 mil vírgenes mártires de Colonia", como vimos, pudo estimular el mito popular de que había algo como una maldición en esta desgracia, al ser mujeres jóvenes la mayoría de sus víctimas. También penaba el temor a los restos de personas que habían sido enterradas bajo el suelo del templo, en etapas anteriores de las construcciones sucesivamente destruidas.

El mismo reportaje de "El Mercurio" que citamos antes, pedía la demolición de la iglesia:

"...que sus murallas dos veces en el espacio de veinte años cubiertas del hollín de catástrofes que han llevado el luto a toda la nación, no estén recordando a cada familia una víctima, a cada transeúnte el horror de estos recuerdos".

"La Patria" escribía, por su parte:

"El penúltimo incendio de la Compañía se refiere aún por sus testigos. El último se conservará en la memoria, mientras exista la ciudad de Santiago. Este templo estaba señalado por el dedo de Dios, llevaba sobre su frente una maldición espantosa. Que se arrasen sus murallas carcomidas; que se purifique su suelo y no vuelva a levantarse en el mismo lugar otro templo. ¡No deben conservar los hombres un monumento maldecido de Dios!"

"El Ferrocarril", editorializaba con similar amargura:

"Se circulan voces que causan, con justicia, un marcado disgusto en la mayoría de la población. Hay quien afirma que la Compañía será reedificada, pues así lo quiere el metropolitano apoyado por dos de los ministros".

"¿Qué importaría el intentar semejante reedificación? Un reto al país que desde la primera hora ha dicho, en Santiago, en Valparaíso y donde quiera que la noticia ha llegado: ¡Que desaparezca la Compañía! ¡Qué no quede piedra sobre piedra de ese templo perseguido por la fatalidad!"

Los terrores persistieron por un tiempo en torno a la iglesia. Hubo quienes creían ver fantasmas y apariciones asombrosas en el sector, ya desierto y penoso. Los horrores de lo sucedido allí cedieron paso al miedo popular.

En lógica consecuencia, entonces, se convino en el definitivo cierre del templo, clamado por prácticamente la unanimidad social. Veremos que la orden de demolición no tardó en llegar.

REFLEXIONES SOBRE LA OBSTRUCCIÓN DE LAS PUERTAS

Sacando en limpio, parece ser que la desesperación de la muchedumbre y el volcamiento eufórico sobre las puertas fue, luego del fuego, la sentencia de muerte de los fieles. Los muchos testimonios permitieron comprender que el comportamiento de la masa de personas que estaban dentro del recinto, constituyó la razón principal de la desgracia, tanto o más que el propio incendio.

El diario "El Mercurio" comentó al otro día que, además de esta desesperación de los fieles y la trampa de las puertas, la obstrucción de la salida habría sido facilitada por los pomposos vestidos y "ampulosos trajes" utilizados por las mujeres que asistieron a la concurrida ceremonia.

La presión de la desesperada gente contra las puertas, que según se dice se cerraban hacia afuera y se abrían hacia el interior, no tardó en obstruirlas y bloquearlas por la cantidad de personas que intentaban salir por ellas al mismo tiempo, ante la desesperación de los que quedaron encerrados en aquel infierno. También fue fatal que las dos puertas a los lados de la principal, en el frontis, condujeran a salas-capillas conectadas sólo por pequeños accesos al resto del conjunto, de modo que esto colaboró con el hacinamiento y la inmovilización de las víctimas.

La puerta lateral que daba a la calle Bandera estaba entreabierta al iniciarse el incendio, pero como las aterradas personas se arrojaron con fuerza sobre ellas, las dejaron obstruidas casi al instante. Según Vicuña Mackenna, esta puerta fue "sin disputa la que ofrecía un espectáculo más desgarrador". Recuerda que un ciudadano extranjero, norteamericano o inglés, en un momento se arrojó por esta puerta hacia el interior de la iglesia en llamas, intentando rescatar a una mujer sobre sus brazos, pero el fuego lo rodeó antes de alcanzar a salir otra vez, desapareciendo en el infierno. "Había sucumbido víctima de sus nobles sentimientos", diría el escritor.

Intentando abrirse paso hacia las pocas posibilidades de salida, los infelices fieles se agolparon unos contra otros, levantando montones de cuerpos quejumbrosos contra puertas y muros. La escena era dantesca. Según el diario "Ferrocarril", del día siguiente:

"Había mujeres resistiendo el peso de diez o doce, otras tendidas encima, a lo largo, a lo atravesado, en todas direcciones. Era materialmente imposible desprender una persona de esa masa compacta y horripilante. Los más desgarradores lamentos se oían del interior de la iglesia".

En lo posterior y a largo plazo, el Incendio de la Iglesia de la Compañía hizo un aporte notable en la legislación chilena, al introducir el concepto de que las puertas de los lugares públicos deben ser seguras, comprendidas como vías de escape y abrirse hacia el exterior, a diferencia de las trampas mortales que existían en el templo siniestrado. Según algunos, es la razón por la que los edificios públicos nacionales necesariamente cumplen con esta característica.

EL FACTOR DE LA DESESPERACIÓN DE LAS VÍCTIMAS

Respecto de la ingerencia que habría tenido la desesperación de las masas al momento del desastre, existen muchas reflexiones y observaciones aleccionadoras.

El investigador Benjamín González Carrera, del Instituto de Investigaciones Históricas General José Miguel Carera, por ejemplo, nos ha comentado de sus recuerdos y conocimientos personales sobre este caso. Nos relató que vivía en Melipilla, su ciudad, una anciana conocida suya y que era hija de una mujer que, siendo niña, había estado en el Incendio de la Compañía y habría salido ilesa, según el testimonio oral que conservó la familia, teniendo tiempo inclusive para devolverse desde una salida al patio por detrás del altar, por la sacristía, para recoger sus sandalias que habían quedado tiradas en el interior de la iglesia en llamas.

Esta posibilidad está confirmada en el plano de la iglesia que elaboró don Manuel M. Sánchez para el Museo Histórico de Santiago, donde se observan dos accesos laterales opuestos al de calle Bandera y que daban hacia el patio.

Según lo que recordaba González Carrera de una entrevista con su fuente, la sobreviviente vio cómo estaban tan desesperadamente acumulados todos sobre las puertas de acceso, que no participaron de la pequeña posibilidad que ella tuvo para salir por otro lado.

Nos preguntamos si este caso tendrá alguna relación con el de una anónima niña descrita por Vicuña Mackenna, que se habría refugiado bajo el asiento de un confesionario, corriendo en un momento hasta las puertas y saliendo con apenas algunas quemaduras en el pelo y los pies.

El escritor también documenta otros casos de salvación similar: una robusta sirvienta de don Antonio Hurtado que, tras correr afanosamente de un lado a otro, logró encontrar escape por el lado de la Sacristía, casi al final de la tragedia, pero prácticamente ilesa; y la joven criada de la casa del General Campino, que consiguió el mismo escape. También una mujer veinteañera logró salir por la sacristía, con el mérito adicional de haber sobrevivido al derrame e inflamación de una lámpara sobre su pelo y espalda.

Cabe añadir que, en la búsqueda de culpables, como vimos, obviamente cundió el cuestionamiento y el reproche, tanto a las autoridades de la Iglesia por la exagerada cantidad de candelas y lo peligroso de las instalaciones. Pero también a los fieles, que se agolparon de manera irresponsable y numéricamente abusiva en un edificio que no estaba preparado para albergar tal sobrepaso de personas.

El citado texto del diario "El Mercurio" incluso puso en cuestionamiento la realización de más "culto nocturno", exigiendo ponerle fin a las "manías devotas a que se deja arrastrar nuestra sociedad femenina".

LA CREACIÓN DEL CUERPO DE BOMBEROS DE SANTIAGO

Uno de los primeros escarmientos que tomó para sí la ciudad, fue la necesidad de crear un cuerpo operativo dedicado especialmente a la extinción del fuego en esta clase de siniestros.

Durante la tragedia, el viento había arrojado una gran cantidad de chispas hacia los tejados de la casa de don José Rafael Echavarría, donde funcionaban los talleres y tiendas del diario "El Mercurio". Granizadas de brasas ardientes cayeron sobre el edificio al desplomarse la torre de la iglesia, ya debilitada por el fuego. Los policías y agentes de la artillería intentaron usar sus bombas para extinguir el peligro de extensión del incendio, pero sus equipos apenas sirvieron y resultaron casi inútiles, debiendo ser los propios moradores de la casa los que lograron contener el fuego, mojando los tejados.

Entre estas primeras reacciones ante lo sucedido, está una carta a la Intendencia de Santiago, suscrita el 11 de diciembre siguiente por los regidores Antonio Vidal, Miguel Dávila, Lorenzo Sazié, Tomás A. Martínez, Pedro V. Urzúa, Cirilo Vigil, Santiago Lindsay y Ambrosio Rodríguez. Decía este documento:

"Los que suscriben, haciendo uso de la facultad que nos confiere la ley sobre organización y atribuciones de las municipalidades, suplicamos a US. que, atendida la urgencia que hay de tomar algunas providencias que en parte tiendan a evitar la repetición de desgracias como la acontecida el 8 del actual, se sirva convocar a la municipalidad a sesión extraordinaria para mañana a la hora de costumbre o la que US. tenga por conveniente, atendiendo el estado de su salud".

Así, se citó a reunión a la Municipalidad de Santiago para el día siguiente, a las 12 del día.

En vista de los problemas que se presentaron al tratar de extinguir el fuego, se hizo evidente, entonces, que Santiago necesitaba una Compañía de Bomberos propia, similar al cuerpo que ya funcionaba en la ciudad de Valparaíso. Hasta entonces, el combate del fuego estaba encargado a una unidad policial llamada Batallón de Zapadores Bomberos, pero era evidente que la situación del incendio había superado ampliamente sus capacidades.

El mismo día 11 de diciembre, entonces, con los restos de la iglesia aún humeantes, el acomodado y visionario vecino de Santiago, don José Luis Claro y Cruz, decidió echar manos al asunto e hizo publicar el siguiente llamado público en "La Voz de Chile", apareciendo al día siguiente en "El Ferrocarril":

"Al público: Se cita a los jóvenes que desean llevar a cabo la idea del establecimiento de una Compañía de Bomberos para el 14 del presente a la una de la tarde, al escritorio del que suscribe".

Este suceso y la masiva llegada de valientes voluntarios, fue el punto de partida para la creación de la primera compañía del noble Cuerpo de Bomberos de Santiago de Chile, una institución que, por siglos ya, ha llenado de orgullo a la sociedad chilena y ha permitido compensar con la astucia y la voluntad perdurable la tragedia de esas miles de víctimas calcinadas entre los muros de la Iglesia de la Compañía, haciendo de ellas personas que no murieron en vano, después de todo.

La reunión para la creación de Cuerpo de Bomberos se realizó en dependencias del Casino de la Filarmónica, iniciándose con ella la inscripción y la recolección de fondos de uno de los episodios más importantes de la historia de nuestra ciudad, y del que prometemos hacer merecido caudal en futuras entradas.

LA ORDEN DE DEMOLICIÓN DEL TEMPLO

En la misma jornada del día 12, en tanto, los vecinos de Santiago había logrado reunir una tremenda cantidad de firmas solicitando la demolición de las ruinas de la iglesia, por carta presentada al Gobierno. La idea no podría ser resistida considerando, además, que las paredes del lado de Bandera amenazaban con desplomarse hacia el interior. No había más excusas, entonces, para postergar lo inevitable.

Las fotografías de la época son claro testimonio de que los peligros de la Iglesia de la Compañía aún continuaban, después del incendio. Estas impresionantes imágenes, actualmente, son exhibidas en el Museo del Carmen del Templo Votivo de Maipú, constituyendo un material de inmenso valor histórico.

Ello, sumado al clamor popular exigiendo la destrucción de tan siniestro recuerdo en la ciudad de Santiago, no permitió espacio a idea alguna sobre la posible reconstrucción de un templo que, a ojos de la ciudadanía, representaba la casa de la muerte y un símbolo maldito.

Aún se sentía el olor del humo y de los tizones mojados, entonces, cuando se propuso la creación de un jardín y de un monumento sustituyendo las ruinas. Y el día 14 de diciembre siguiente, el Gobierno ordenó por decreto la definitiva destrucción de las murallas que aún quedaban en pie:

"Destrucción de las Ruinas de la Compañía. Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, dic, 14 de 1863.

Núm. 1383: En vista de lo expuesto en la nota que antecede, he acordado y decreto:

Art. 1º Procédase a la demolición de las murallas del incendiado templo de la Compañía.

Art. 2º Concédase un término de diez días para la extracción de los cadáveres que están en dicho templo."

Como hemos dicho, la valiosa pieza del reloj del templo fue rescatada y llevada hasta la Iglesia de Santa Ana, donde actualmente se encuentra pese a que muchos santiaguinos desconocen este dato. Allí encontró la paz y relajo que su casa original nunca pudo garantizarle. La campana principal también fue rescatada y trasladada después a la Ermita del Cerro Santa Lucía. Una campana menor que salió de entre las cenizas y que habría pasado a manos particulares, hoy se encontraría en el Museo San José del Carmen de El Huique, según la información de la que disponemos aunque sin poder confirmarla, mientras que otras de la torre mayor fueron rematadas y llevadas hasta Inglaterra. Algún día abundaremos sobre estas piezas.

Coincidentemente, en los días siguientes a la orden de demolición, las Juntas de Socorro se organizaron para proporcionar ayuda económica a los huérfanos y familiares de las víctimas.



Imágenes fotográficas con el aspecto del templo después del incendio,
de la colección del Museo del Carmen del Templo Votivo de Maipú.


(DOCUMENTO DE: www.urbatorium.blogspot.com, sep. 2009)




MONUMENTO A LAS VICTIMAS DEL INCENDIO DE LA COMPAÑIA

Jardines del antiguo Congreso Nacional, Santiago

(FOTOS DE: Walter Foral Liebsch)











LAPIDA EN LA IGLESIA SAN IGNACIO DE SANTIAGO

(FOTO DE: WFL)



 (POSTAL DE: Chile Collector.com)


(LAMINA LITOGRAFIADA DE: "Relación del Incendio de La Compañía", Imprenta del Ferrocarril, 1864)




(DOCUMENTO DE: Biblioteca Nacional de Francia, en Archivo Visual de Santiago)



 (FOTO DE: "150 Años de Honor y Gloria, Historia del Cuerpo de Bomberos", Carlos Fredes, 2004)


(DIBUJO DE: Dirección de Archivos Bibliotecas y Museos de Chile)




RECORTES DEL DIARIO "EL BIEN PUBLICO"

































LAS CAMPANAS DE LA IGLESIA DE LA COMPAÑÍA HAN VUELTO PARA HONRAR A LOS CAÍDOS

Martina Maturana, la niña que hizo sonar el gong en la isla de Juan Fernández para alertar sobre el maremoto el pasado 27 de febrero, fue la primera en tocar las campanas de la Iglesia de la Compañía, recibidas oficialmente por el Presidente Sebastián Piñera de parte del embajador del Reino Unido, Jon Benjamin, como un regalo en el Bicentenario.

La ceremonia estuvo marcada por el recuerdo de dos catástrofes: la ocurrida hace siglo y medio, y la de comienzos de este año, mencionadas en el mensaje de la comunidad anglicana de Todos los Santos, de Gales -cuyo templo albergó las campanas por 145 años- y por el Presidente, quien aludió a la capacidad de superar lo adverso. “Chile es un país acostumbrado y resiliente frente a tantos desastres de la naturaleza, de lo cual fuimos testigos el 27 de febrero pasado”, señaló el embajador Benjamin.

La recepción había partido la noche anterior con un concierto de las campanas del centro de la ciudad. Continuó en el acto oficial con las voces del Coro de Cámara de la Universidad Alberto Hurtado y las sirenas de bomberos, cuya organización surgió luego del trágico incendio.

Las tres campanas que cayeron desplomadas durante el incendio del 8 de diciembre de 1863 y que luego de la demolición de los restos de la iglesia incendiada fueron a dar a Swansea, Gales, vendidas como chatarra, llegaron de vuelta a bordo del buque de la Royal Navy HMS Portland.

Permanecerán en la plaza de la Constitución en forma provisoria hasta el 8 de diciembre de este año. Su lugar definitivo serán los jardines del Congreso Nacional, donde estuvo, hasta 1863, la Iglesia de la Compañía. Serán un nuevo homenaje a las víctimas.

El siguiente es un relato resumido de parte de lo ocurrido en los días que siguieron a esa tragedia y la aspiración ciudadana de honrar a sus muertos.

Después de la catástrofe: Demolición.

Era lunes, habían pasado seis días desde la tragedia. Las demandas por la demolición se acrecentaban y la muchedumbre se había organizado para marchar desde la plazuela del templo al palacio de La Moneda. Fue entonces –relatan los diarios de la época – que el periodista de La Voz de Chile, Guillermo Matta, desde una ventana del consulado, dio lectura al decreto que firmaba el Presidente de la República, José Joaquín Pérez, ordenando botar los muros de la Iglesia de la Compañía. El anuncio fue largamente aplaudido.

Los santiaguinos, no querían volver a ver los restos del inmueble donde, ese martes 8 de diciembre habían muerto abrazados por el fuego, el calor o la asfixia, más de dos mil de los suyos, mayoritariamente mujeres y niños. La tragedia retrotraía a las destrucciones violentas de las anteriores construcciones del templo; se tendía un manto siniestro sobre las ruinas, aún estaba fresco el recuerdo del anterior incendio en 1841.

El comentario del diario La Patria resulta elocuente: "El penúltimo incendio de la Compañía se refiere aún por sus testigos. El último se conservará en la memoria, mientras exista la ciudad de Santiago. Este templo estaba señalado por el dedo de Dios, llevaba sobre su frente una maldición espantosa. Que se arrasen sus murallas carcomidas; que se purifique su suelo y no vuelva a levantarse en el mismo lugar otro templo. ¡No deben conservar los hombres un monumento maldecido de Dios!"

El decreto, fechado ese lunes 14 de diciembre bajo el número 1383, zanjó en dos artículos el doloroso asunto.: “Art. 1º Procédase a la demolición de las murallas del incendiado templo de la Compañía. Art. 2º Concédase un término de diez días para la extracción de los cadáveres que están en dicho templo."

En su discurso Matta fustigó a quienes habían querido conservar las paredes para reconstruir una vez más, los tachó de supersticiosos y los acusó de querer despertar las pasiones que surgen de la ignorancia.

La figura del cura Ugarte –quien se salvó de las llamas huyendo por la puerta de sacristía- su estilo y su organización del culto mariano a través de las Hijas de de María, estaba fuertemente relacionada con la dureza de las críticas. Un completo reporte del New York Times, cuya extensión revela el impacto mundial de la catástrofe, hace referencia al fervor y el entusiasmo que había logrado despertar el sacerdote, invitando a las feligresas a escribir a la virgen y depositar las cartas en un “buzón celestial” al que sólo él tenía acceso. Según el periódico, Ugarte había asegurado que esa noche del 8 diciembre, el nuncio apostólico, vería la más iluminada de las iglesias que nunca había apreciado, incluso en Roma. Ese habría sido el motivo de la alta cantidad de lámparas a parafina, gas hidrógeno aceite que alimentó el fuego.

Homenaje a las víctimas
Había pasado exactamente una semana, cuando el martes 15 de diciembre la Intendencia de Santiago decidió nombrar siete comisiones, una por cada barrio de la capital, para que recolectasen fondos, que serían depositados en la Tesorería Municipal, para financiar “monumento fúnebre que guarde los resto de las víctimas de la aciaga noche del 8 del corriente y que simbolice el santo y respetuoso dolor del vecindario de esta capital por su desgraciada suerte”.

Ya el día siguiente del incendio, algunos ilustres vecinos habían concebido la idea de rendir un homenaje a sus muertos. Era una aspiración tan urgente como la de borrar los rastros. La primera contribución fue de mil pesos (el sueldo anual de un profesor de liceo bordeaba ese año los quinientos pesos). La entregó Francisco Ignacio Ossa en una manifestación pública en la que llamó a solicitar al gobierno los terrenos donde se levantaba la iglesia: “…Libres de escombros se formará un jardín, en cuyo centro se elevará un monumento de mármol blanco con inscripciones que recuerden el fatal suceso que justamente lloramos, colocando alrededor de todo el espacio del templo una sólida verja de hierro que impida a los indiferentes profanar con su planta este lugar por tantos motivos venerado.”

En similares términos estaba escrita la petición oficial que entregó el comité formado para tal efecto, bajo el liderazgo de Antonio Varas y Manuel Rengifo.

Más de un monumento
Diez años tardó la instalación del monumento. Concretó la empresa el intendente Benjamín Vicuña Mackenna. En la exposición de Artes e Industria con la cual se inauguró el Mercado Central en 1872, se presentaron siete propuestas, entre las cuales se eligió la del escultor Albert Carrier-Belleuse, que sería inaugurada el 11 de diciembre de 1873: Una mujer doliente que clama a las alturas con los brazos en alto, sus pies rodeados de figuras alusivas a las llamas. En su base, cuatro ángeles con expresiones de dolor y las siguientes inscripciones: "A la memoria de las víctimas inmoladas por el fuego el VIII de Diciembre de MDCCCLXIII". "El amor y el duelo inextinguibles del pueblo de Santiago". "Diciembre VIII de MDCCCLXXIII".

El monumento sería retirado en 1878, instalándose en 1928 en el Cementerio General, en la fosa común donde fue depositada la mayor parte de los restos de las víctimas no identificadas tras el incendio. Fue también la demanda pública la quepidió su reemplazo por una imagen más religiosa que llegó en 1900 hasta los jardines del nuevo Congreso Nacional.

La imagen de la virgen orante quedó instalada sobre la base y la columna de mármol del monumento anterior, fue tallada en mármol de carrara por el escultor nacional José Miguel Blanco, de acuerdo al diseño del artista italiano Ignazio Jacometti.

A estos jardines llegarán en los próximos meses las campanas del templo que los santiaguinos quisieron borrar de la memoria ese diciembre de 1863.

Mesaje de la comunidad anglicana de la Iglesia de Todos los Santos

"Les enviamos nuestros saludos en Cristo al pueblo de Chile, en nombre de la parroquia de Oystermouth, de la Diócesis de Swansea y Brecon, y de la Iglesia de Gales, con la ocasión del regreso de estas históricas campanas a Santiago.

Fuimos los custodios de estas campanas desde los trágicos eventos de 1863 ocurridos en la Iglesia de la Compañía de Jesús en Santiago. Estas reliquias han desempeñado un papel importante en la historia de nuestra iglesia en Oystermouth, en Swansea, y estamos muy felices de que ya se encuentran en casa.

Estas campanas que regalamos al pueblo de Chile las entregamos motivados por el amor cristiano, con la esperanza de que serán parte de un memorial para recordar a aquellos que perdieron la vida hace 147 años. También esperamos que las campanas ayuden a reforzar los lazos históricos de nuestros países y a demostrar que las personas, aunque estén a gran distancia unas de otras, comparten un sentido de humanidad común.

Esperamos visitarlos en 2013 para participar en la conmemoración de los 150 años del incendio. Aunque las campanas han regresado a casa, continuarán formando parte de la historia de la Iglesia de Todos los Santos de Oystermouth.

De parte de la comunidad de Oystermouth, el Reverendo Keith Evans y el Obispo de Swansea y Brecon, Reverendo John D. E. Davies."

(DOCUMENTO DE: www.monumentos.cl)








(FOTOS DE: www.urbatorium.blogspot.com)




(DIBUJO DE: Ernest Charton de Treville, 1850)


(Revista En Viaje, N.218, dic 1951)

















MAYOR INFORMACION EN:











(DIBUJO DE: "Historia de la Compañía de Jesús en Chile", Walter Hanisch, 1874)